En la contradicción que nos toca hoy vamos a estudiar un caso particularmente interesante, no porque sea complicado, sino porque demuestra que no basta sólo con leer la Biblia y argumentar en base al texto, sino que hay que conocer las verdades detrás del contexto global Bíblico para determinar si hay o no hay contradicciones. Esta contradicción la sacamos de aquí.
Levítico 20.10
Si alguien comete adulterio con la mujer de su prójimo, tanto el adúltero como la adúltera serán condenados a muerte.
Juan 8.3-8
3 Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo 4 le dijeron a Jesús: ―Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. 5 En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? 6 Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. 7 Y, como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo: ―Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.8 E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo.
La respuesta rápida es que ha pasado mucho tiempo desde que Moisés dio la ley hasta que Jesús dijo estas palabras y que directamente carece de sentido decir que la forma de castigar el adulterio nunca cambió. Pero no es el caso, de hecho la respuesta larga y real es mucho más satisfactoria:
Gálatas 3.13 dice: «Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros». Jesús cumplió la ley, desde el principio hasta el final, sin tacha, sin pecado. Esa condición de plena santidad y perfección lo hizo propicio para ser el sacrificio perfecto que justificaría a toda la humanidad por todos los pecados. Pensemos un instante:
La ley estipulaba que debían hacerse sacrificios por el pecado del sacerdote, por el pecado de la comunidad, por el pecado de un gobernante, por el pecado de alguien del pueblo, decía que había que hacer sacrificios de comunión y sacrificios expiatorios, sacrificios por la culpa. Todos esos sacrificios permitían mantener una realidad inherente de la naturaleza divina que es que Dios, que no tolera el pecado, podía convivir con su pueblo. Por eso, los judíos, por guía de la ley, podían mantener una relación con Dios gracias a los sacrificios. La ley por tanto era el medio que escogió Dios para guiar a su pueblo antes de que se cumpliesen los días en los que llegase Jesús. Entonces, se cumplieron los días y todo cambió, ya no había que hacer sacrificios ni ofrendas porque Jesús había hecho el sacrificio perfecto, ya no había que cumplir normas pues la ley estaba puesta en la mente y los corazones del que creyese en Jesucristo. La columna de humo y fuego había dejado de ser la guía y Jesucristo era el camino. La presencia de Dios no se limitaba a estar encima de las alas de los querubines del arca sino que su Reino es ahora accesible, está al alcance.
Jesús mismo en su famoso sermón del monte repite una y otra vez: oísteis que fue dicho… pero ahora yo os digo…. Él no está dando una nueva ley para el Nuevo Testamento, está describiendo las consecuencias lógicas de su Reinado en nuestras vidas.
Por tanto si un hombre o una mujer adulteraba no había que matarlos, pues Jesús ya había muerto por ese pecado (es cierto que Cristo en ese momento no había muerto aún ni resucitado, pero su reino y su justicia y misericordia ya estaban presentes) la justicia estaba hecha y no era necesario que alguien pagara, pues Jesús ya pagó.
Es por eso que la ley ya no era necesaria, y fue lo que Jesús estaba enseñando, desde el comienzo de su ministerio hasta el final. Si aún no queda claro, recomiendo leer Gálatas 3. Uno de los textos más importantes en toda la Biblia que habla sobre este tema.
Por lo tanto NO ES UNA CONTRADICCIÓN.
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