Si, ciertamente hace ya algunos días que Dios nos ha regalado a un hijo. Así que unos días antes de que naciera decidí hacer una serie acerca de lo que Dios nos enseña a través de los hijos.

Sé que suena a cliché, incluso suelo bromear con padres que lo relacionan todo con los hijos. Realmente con muchos se cumple el dicho de que para un martillo, todo son clavos.

Pero, personalmente he querido coger cosas que son muy cotidianas para los padres y utilizarlas como medio para acercarnos a Dios y conocerle más.

El primer tema es sobre la paciencia. Lo primero que seguramente probará un hijo sobre los padres, lo que más evidente se hace los primeros días, es la paciencia. Somos personas muy poco acostumbrados a ser pacientes con las cosas que nos suceden de por si, y estar escuchando a un bebé llorar 2 o 3 horas seguidas precisamente es algo que podría poner al límite nuestra paciencia.

Pero aquí va algo muy interesante acerca de la paciencia: La paciencia existe para usarla. Puede parecer algo evidente, pero resulta curioso cómo cuando pedimos paciencia estamos pidiendo (implícitamente) ocasiones para poder usarla. Es decir, debido al plan de transformación que tiene Dios sobre cada uno de nosotros donde nos vamos moldeando por medio de su Espíritu y a través del mundo que nos rodea, cada cosa que nos sucede, es utilizada por Dios para transformarnos, por lo tanto, si le pedimos a Dios por paciencia, debemos entender que momentos donde la paciencia sea fundamental serán los que Dios use para que crezcamos. Así que buscar paciencia es ejercitar la paciencia.

Pero no sólo eso, debemos tener en cuenta que no ganamos nada en la paciencia si no la invertimos en momentos posteriores. Es decir, ¿para que entrena un deportista si no es para competir y poner en práctica el fruto de su entrenamiento? La paciencia crece para poder hacer frente a situaciones en las que sea crucial ser paciente y cada situación en la que se exija paciencia es, a la vez, nuestra competición y nuestro entrenamiento.

Por lo tanto podemos conectar estas dos ideas ciertas con otra que, no sólo es cierta, sino que nace desde el corazón de Gálatas 5.22-23. Y vemos que la paciencia es un fruto del Espíritu así que podemos observar cómo el Espíritu es un agricultor en nuestras almas que va haciendo crecer nuestra santidad de manera progresiva. La forma de actuar del Espíritu es mediante una progresiva transformación de nuestra alma, mente y cuerpo de prueba en prueba, de examen en examen, paso a paso, tallo a tallo. Nuestra transformación y nuestro crecimiento tiene el propósito de seguir creciendo, nuestra paciencia tiene el objetivo de preparar el terreno para la siguiente prueba de paciencia, y todas estas pruebas y exámenes nos hacen transformarnos nuevamente hacia la imagen perfecta de nuestro Señor Jesucristo, algo que, gracias a su voluntad y su Plan perfecto, ¡no acabará nunca! Es para la eternidad.

En definitiva, he podido comprobar cómo Dios, a través de mi hijo, me ha enseñado, de manera muy práctica, cómo la paciencia debe emerger en nuestras vidas, cómo crece y cómo florece en nuestra vida práctica.