Este tema viene de que estaba haciendo una contradicción (que por cierto, mientras escribo esto, aún no la he acabado) en la que uno de los textos (Cerca de Mateo 25) habla sobre cierto trato que, presumiblemente, el Cristiano debe tener hacia el Judío. Este texto generó un debate (interno y externo) que concluyó en la (a mi parecer) buena idea de escribir un artículo sobre la situación del pueblo Judío en la Iglesia universal.
El caso es que estás ideas están por ahí:
- Los Judíos son el pueblo de Dios, son su pueblo escogido actualmente y tienen un papel y una posición predominante en la historia.
- Debemos orar por el pueblo Judío terrenal, es decir, por los Judíos que habitan hoy en día nuestro planeta, y debemos bendecirlos, ya que son el pueblo de Dios.
- Si bendecimos a los Judíos, seremos benditos, si los maldecimos, seremos malditos.
- Debemos tratar a los Judíos como un pueblo especial, distinto al resto, ya que Dios los escogió a ellos, los Apóstoles eran Judíos, la iglesia nació de Israel, las promesas fueron dadas a ellos y Jesús mismo era Judío.
- Debemos orar para que Israel reconquiste su tierra y retome la tierra prometida por Dios a sus antepasados.
- El templo debe ser reconstruido y es parte fundamental de las profecías venideras.
NOTA: Sinceramente aún no me he posicionado, y aunque mi corazón me tira hacia algún lugar no quiero aventurarme sin conocer todo lo que pueda conocer. También es verdad que he asumido que lo que puedo conocer siempre será poco, así que mi disertación la hago, como siempre, con temor y temblor, no queriendo entrar en controversias sino simplemente buscando conocer más a Dios. Estas líneas las escribo después de haber realizado el estudio de este capítulo y debo decir que cuanto más estudio la Biblia más me maravilla y ahora agradezco a Dios que haya puesto en mi corazón el deseo de estudiar esto. Estudiar las conexiones que hay en la palabra escrita de Dios es sencillamente abrumador, a la vez que hermoso, maravilloso y gratificante.
En esta ocasión, para empezar con esta serie, querría centrar mis esfuerzos en hablar de Jesús. Algo que deberíamos tener claro antes de abordar este tema es la importancia de Dios hecho hombre.
Jesucristo, la razón de todo:
La Biblia no es un conjunto de libros separados que hablan de temas diversos los cuales tienen cierta cohesión, la Biblia es, sin duda un libro (dividido en otros 66) cuyo tema central es Jesucristo. Ni siquiera podríamos decir que el tema central es Jesucristo, o que lo más importante de la Biblia es Jesucristo. Es cierto, pero quizás se quede corto. Quizá más certeramente podríamos decir que la razón de la existencia de la Biblia es Jesucristo. Es cierto, también, que Jesucristo es la causa y la consecuencia de todo lo que se narra en la Biblia (entiéndase bien, no digo que los pecados, por ejemplo, fueran culpa de Jesús [Cosa que estaría interesante debatir], a lo que me refiero es a que la trascendencia de Jesucristo lo llena todo) y no sólo en la Biblia sino en la realidad de todas las cosas que existen. «Todo fue hecho para Él y por medio de Él y en Él todas las cosas subsisten«. La importancia de Jesucristo es tan grande que todo lo demás queda eclipsado por su inconmensurable presencia.
Dicho esto, es necesario exponer cada fragmento Bíblico bajo el prisma de esta verdad irrefutable. Este ejercicio, como mínimo, nos ayudará a no desviarnos de lo que la palabra escrita de Dios quizo decir, quiere decirnos hoy y nos dirá a lo largo de nuestra vida.
Vamos a hacer un ejercicio preliminar antes de abordar el tema que nos ocupa, y este ejercicio se mueve temporalmente desde la creación de todo hasta la venida del mismo Mesías. Se trata de relacionar la historia de Israel con Jesús: (Intentaré apoyarlo todo con textos Bíblicos así que voy a poner las citas entre paréntesis con enlaces a Biblegateway para que no se alargue demasiado el texto)
- Dios crea todo (Gn. 1), y entre ese todo está el ser humano. Lo pone en el huerto del Edén (Gn. 2.5-17), y el ser humano cae ante la tentación de la serpiente (Gn. 3) y por lo tanto entra la maldición y el pecado en el mundo (Rm. 5.12, Gn. 3.16-19) . Desde antes de ese momento, desde antes de la fundación del mundo Jesucristo ya era el objetivo de toda existencia futura (Col. 1.16-17), pero es en ese momento en el que Dios comunica a Satanás (y al ser humano) que la serpiente sería aplastada por la simiente de una mujer (Gn. 3.14-15) Ya está. Todo el camino ya está preparado. Se empieza a anunciar la venida del Mesías. A partir de ahí (realmente desde antes, pero la existencia quizá se enteró en ese momento) absolutamente todo lo creado empieza a dar vueltas alrededor de un epicentro, el cual es Jesucristo.
- El ser humano se expande, crece, se multiplica (Gn. 6.1) y se llena de pecado (Gn. 6.5) y Dios destruye al ser humano a excepción de los que iban en un arca. (Gn. 6.9-8.22) Con Noé comienza de nuevo la humanidad y de la descendencia de Noé llegamos hasta Abraham (Gn. 11.10-26), el cual será conocido en nuestro tiempos como el padre de las naciones (Gn. 12.2) (y de la fe) y el amigo de Dios (En base a Gn. 18-17). Con Abraham Dios hace una promesa: Tus descendientes serán como la arena del mar, incontables como las estrellas (Gn. 15.5 y Gn. 22.17) y otra más: «En ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn. 12.2-3). De nuevo Jesucristo es revelado en este pacto. No sólo como el que acabaría con el pecado (1 Jn. 3.8), sino el que traería la bendición completa a todos (Gal. 3.14). Todos (Juan 3.16). Al contrario de lo que se pueda pensar, el pacto en absoluto está centrado en el ser humano, sino que Jesús vuelve a ser el centro del mismo pacto (Ef. 1.5-6). Sin Jesús dicho pacto no tendría sentido. Él es el promotor, cumplidor y ejecutante del pacto y la promesa.
- Y la promesa vendría dada por el hijo de la promesa: Isaac (Gal. 4.28). De éste nacería Jacob y de Jacob (Israel) los doce hijos representantes de las 12 tribus que conformarían el que, en todo el antiguo testamento, sería catalogado como El pueblo de Dios. De entre todas las tribus, Jacob bendice especialmente a uno de sus hijos con la siguiente bendición/profecía: «El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos.» (Gn. 49.10) De nuevo volvemos a ver a Jesucristo como el centro de la escena. No sólo se ve a Jesucristo en el centro cuando podemos ver esta increíble bendición que da a Judá (sin merecerla) Sino que al hijo al que otorga más bendición es a José, precisamente el único hijo directo de Jacob que no recibía herencia territorial (Josu. 13.8-14.5) (sino que fue representado por sus hijos Efraín y Manases) Y si de alguna manera es caracterizado José (a parte de por sus sueños) es por ser un tipo del Mesías. [Rechazado por sus hermanos (Gn. 37.4,8,11), como Jesús (Mateo 21.42). Traicionado (Jos. 37.12-36), como Jesús (Mt. 26.14-15). Sacrificado (Gn. 37.24), como Jesús (Mt. 27.32-55). Salvando a su familia(Gn.45.9-13), como Jesús (Rom. 11.1-5). Revelando la verdad (Gn 41.16), como Jesús (Juan 14.6), etc]
- Los hijos de Jacob se multiplicaron en Egipto, tanto que el temor de los egipcios desencadenó la esclavitud de los Israelitas (Ex. 1.6-10) y así mismo la liberación llevada a cabo por el mayor de los profetas: Moisés. Con Moisés, la mayor representación de la posterior acción mesiánica de Jesucristo en el mundo (Dt. 18.15, Hch. 3.22), llegó la liberación del pueblo para llegar a la tierra prometida. Por el camino Dios entregó la ley (Éxodo 20.1-17), es decir, la manera en la que el pueblo de Dios podía estar en sintonía con su Señor. Los rituales, las ordenanzas, las fiestas y los sacrificios eran todos un preámbulo de la acción completamente satisfactoria, completamente irreemplazable y completamente efectiva de Jesucristo en la Cruz (Heb. 10.1). Toda la ley la cumplió Jesucristo (Mat. 5.17), toda ella fue efectiva en Él (Lucas 24.44 Recomiendo leer estos también) y toda ella tenía como propósito a Él (Rom. 10.4). La manera en la que el pueblo podía estar en sintonía con su Señor, es su Señor mismo, Jesucristo.
- El pueblo, tras 40 años en el desierto (Num. 14.33) fue guiado hasta la tierra que Dios había prometido a Abraham: Tierra donde fluye leche y miel (Éxodo 3.8). La tierra prometida, una tierra que fue conquistada mediante la mano poderosa de Dios y con la guía de Josué. Josué el conquistador. Su nombre significa «El Señor es la salvación» y es el hebreo del griego Jesús. Y es maravilloso comprobar la similitud que existe entre la conquista que realizó Josué sobre la tierra de Canaán y la que realiza Jesús sobre la muerte y sobre nuestras vidas, así como comprobar que la tierra de Canaán es un símil del Reino de Dios.
- Después que se establece el reino de Israel sobre la tierra de Canaán comienza el drama de la desobediencia de Israel. La época de los Jueces se podría traducir como un ciclo constante de desobediencia, cautiverio, ruego, liberación. (Jueces) El pueblo desobedece al dejarse llevar por dioses ajenos, es capturado por otros pueblos al alejarse de Dios, clama a Dios para que le libere y este envía a un libertador que los saca de la esclavitud. Compara a los dioses ajenos con las tentaciones y los ídolos cotidianos, los otros pueblos que lo capturan con el pecado que esclaviza, el clamor del pueblo con el arrepentimiento y el libertador con Jesucristo y tenemos 12 ejemplos (que casualidad) de la futura acción redentora de Jesucristo en la humanidad.
- El pueblo de Israel seguramente se cansó de su situación de inestabilidad que estaba sufriendo continuamente, y como no se daba cuenta de que esa situación era por su culpa dejó de creer en la Teocracia y confió su bienestar a una Monarquía. Saúl fue el primer rey, ungido por Dios (1 Samuel 10,1) y destronado por Dios mismo llegando a ser el predecesor del rey David, el rey que llevaría la genealogía hasta Jesús (Mat. 1.1-17), el Mesías, el hijo de David, consumando su reinado, estableciéndolo eternamente (Lc. 17.21, Jn. 18.36, Lc. 1.32-33) . David, en un momento de su vida sintió la necesidad de construirle un templo a Dios (2 Sam. 7.1-5) pero Dios mismo le negaría ese trabajo, entregándolo en manos de su hijo: Salomón. (2 Sam. 7.13)
- Salomón construyó el templo de Jerusalén, el templo donde situarían el arca, el templo que sería destruido por Nabucodonosor (Jer. 52.13) y reconstruido por los mismos Israelitas en los hechos narrados en el libro de Esdras. Un tiempo después Herodes lo renovaría para que luego, 70 años después del nacimiento de Jesús, los romanos lo redujeran a escombros, y permanece así hasta hoy. El templo, sin lugar a dudas, es el lugar donde Dios habitaba antes de su venida y de nuevo podemos poner la mirada en Jesús cuando dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn. 2.19). Y destruyeron el templo (el cuerpo) y en tres días lo levantó (resucitó) puesto que con la llegada del mesías el «cuerpo es el templo del Espíritu Santo» (1 Cor. 6.19).
- A partir del reinado de Salomón, el reino se dividió, y pasaron muchos reyes, muchos profetas y muchas guerras. Y salvo en pequeñas ocasiones, la mayoría de los 39 reyes que tuvo el reino dividido hizo lo malo ante los ojos de Dios. La voz de Dios dirigida a un pueblo insolente venía por boca de los profetas y los ídolos invadían los corazones del pueblo dividido llevándolos cada vez más lejos de la voluntad de su salvador.
- Y es entonces cuando finalmente llega el Mesías, el tan esperado y anunciado Libertador, el Rey de reyes, el Señor de señores, el Alfa y la Omega, el Principio y el fin, el Príncipe de paz, el que era, el que es y el que ha de venir, el todopoderoso, en el cual todas las cosas se sujetan, en el cual todas las cosas subsisten, la razón de todo lo creado, la causa de todo lo creado, Aquél ante el cual toda rodilla se doblará. Y comienza la mayor revolución en la Historia de las historias porque aquellas cosas incomprensibles comienzan a tener sentido. Todo lo que antes era borroso ahora se va volviendo cristalino, las profecías se cumplían, el simbolismo ahora era palpable y la metáfora se convertía en real. Puesto que Dios mismo, Emmanuel, Jesucristo, ahora estaba en la tierra. El Reino de Dios camina entre nosotros. Es por eso que:
- El nacido de mujer aplastó la cabeza de la serpiente (Heb. 2.14) ya que venció la muerte (1 Cor. 15.54-57) y esta no lo pudo contener. Y resucitando nos dio esperanza (1 Tim. 1.1), la esperanza de una vida eterna junto a Él en su gloria (Juan 3.16).
- Todas las naciones fueron benditas porque el Reino es para «todo aquel que en Él crea» (Juan 3.16) un Judío, nacido de la descendencia de Abraham trajo la bendición a todas las naciones. A todo ser humano. (Rom. 4.9-25)
- El reinado ya no estaba limitado a un rey terrenal, a una persona de esta tierra sino que en ese momento llegó el verdadero rey (Jn. 12.15, 1 Tim. 6.15, Jn 18.36), quien merece la obediencia de los pueblos. Así que la nación dejó de ser la de Israel y pasó a ser la nación Cristiana (Gal. 3.28). De Cristo (1 Cor. 3.23, 1 Ped. 2.4-10-> Impresionantes versículos) . No limitada por la sangre, sino por el Espíritu. (Jn. 3.3-5)
- Con su muerte y su resurrección, fuimos liberados (Juan 8.36), ¿Donde está muerte, tu aguijón? Él mismo puso «la ley en nuestra mente y en nuestros corazones» (Jer. 31.33) Él es el Sacrificio Perfecto (Heb. 9.13-4), el Sumo sacerdote (Heb. 9.11), el Mediador (1 Tim. 2.5), la razón de nuestra celebración (Sal. 30.11, Apo. 19.1-9), nuestra ley (Efe. 2.11-22 -> Otra maravilla de texto). Él es nuestro puente (Hech. 4.12). Lo que nos sintoniza con Él mismo.
- Su llegada supuso la conquista Espiritual (Jn. 19.30), y aunque su victoria completa se producirá en su segunda venida (Apoc. 7.10), el Reino de los Cielos se ha acercado (Mat. 4.17) y ya no se trata de un territorio limitado por barreras terrenales sino que es una tierra espiritual (Jn. 18.36, Efe. 6.12, ), un Reino erigido sobre la soberanía de Jesucristo. Está conquistado por Jesús, no hay que reconquistarlo.
- Nuestro estado caído y de desobediencia se ve rescatado por Jesucristo. Él «vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc. 19.10). No hay otra manera, ni otro nombre en el que podamos ser salvos que Jesucristo, nuestra identidad es Él y nuestro ruego es hacia Él.
- Se convirtió en el Rey de reyes (1 Tim 6.15). Y este título no solo es poético mostrándonos la realidad de que nadie más puede gobernar una vida que Jesús, sino que ni Saúl, siendo el primero, ni David, teniendo un corazón conforme a Dios, ni Salomón, con toda su grandeza, son equiparables a Jesucristo. Ni ningún otro Rey.
- Él fue el templo, destruido y reedificado. En el habitaba toda la plenitud de la deidad y después de su ascensión el Espíritu Santo habita en los corazones de los que han aceptado su verdad y han entregado su vida a Jesucristo. Por lo tanto somos «el Templo del Espíritu Santo». No hay que reconstruir ninguno (Hech.7.48-50), somos nosotros, y de la misma manera que Dios estaba sobre las alas de los querubines en el Arca, ahora Dios vive EN nosotros. (2 Tim. 1.14, Ef. 2.22, Jn. 14.23)
- La voz de Dios está en su palabra, está en nuestros corazones y no hay ritual ni mediador más que Jesucristo que pueda hacerla real en nuestras vidas(Heb. 10.5-7). (recomiendo la serie Escuchar a Dios a través del año)
Intentar escribir una conclusión sobre este tema es lo que me supone la mayor dificultad de todas, así que intentaré ser breve: Jesús, siendo lo único importante y teniendo la mayor importancia debe ser tenido en cuenta en cada interpretación de cada acontecimiento, por lo tanto, habiendo entendido esta realidad, a partir de ahora vamos a continuar con esta serie teniendo en cuenta esto. Concluyo con la siguiente frase: «Todo pensamiento, idea o doctrina que no se centre en Jesucristo, se está centrando en otra cosa; y no siendo Jesucristo el centro, es muy probable (por no decir; seguro) que se desvíe de su propósito. Centremos, por lo tanto, todo pensamiento, idea, doctrina, esfuerzo y alabanza en Jesucristo, esa es la manera en la que todo lo demás tendrá un sentido exacto y correcto. Es la razón de nuestra existencia«
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