Es una absoluta locura para las personas el decir de cosas que no son como si fueran.

Pero Dios es el Dios que lo que dice, se hace. Que habla de cosas que son imposibles como si no lo fueran. De cosas que no existen como si existieran. (Romanos 4.17)

Un Dios que hace de lo imposible lo cotidiano y que habla con tanta seguridad de lo que va a hacer que, simplemente, parece mentira.

Cuando oímos a alguien hablar de cosas imposibles como si para esa persona fuesen posibles tendemos a pensar que esa persona está loca. Si alguien mañana te dice que va a dar un salto para llegar a la luna tú pensarías que está loca y ya está. O que está bromeando. Quizá una mezcla de las dos cosas es lo que pensó y sintió Sara cuando Dios le dijo que iba a tener un hijo. Dios hablaba de un hijo para Sara y Abraham (algo que claramente no era) como si fuera. Y para Sara era una locura, tanto que se rió.

Pero el hecho de que Dios hable es una prueba absoluta de que lo que va a decir se va cumplir. Su Palabra es la evidencia misma de su cumplimiento. Por eso Dios habla de cosas que no son como si fueran. Para Él está claro. No hay sombra de duda. El hijo de la promesa nacería, el mar se abriría en dos, las murallas de Jericó caerían, el maná caería del cielo y de la piedra brotaría agua, David mataría al gigante, los leones no se comerían a Daniel ni el fuego consumiría a sus amigos, Jonás iría a nínive y nehemías reconstruiría los muros, Jesús nacería de una virgen y traería el Reino a la tierra, resucitaría y Dios mismo viviría en los corazones de sus hijos. Todas estas locuras que no eran, cuando Dios quiso FUERON.

Así que Dios tiene mucho que decir, muchas cosas que resultan increíbles a nuestros oídos, muchas cosas que nos parecen surrealistas e imposibles. Pero el Dios de las promesas habla de cosas que no son como si lo fueran. Y todo de lo que habló, fue. Confiemos en el Dios que tantas promesas nos ha dado, cosas imposibles que no son, pero serán.